Un relato de planseldon
Domingo 2 de noviembre de 2008, por Planseldon
El catorce de diciembre de 1985 Ricardo recibió como regalo de cumpleaños su primer ordenador. Tenía entonces la tierna edad de once años y era un niño de carácter alegre y despierto. Le gustaban los tebeos de Mortadelo, las emisiones de Barrio Sésamo y jugar con su colección de pitufos. El ordenador de Ricardo era un Spectrum 48k cuyos juegos se cargaban desde una cinta de audio que tardaba cinco minutos de insufribles pitidos en instalar el programa.
Uno de los primeros juegos que le cautivó se titulaba "Arquímedes XXI". En la carátula se representaba el dibujo de un astronauta que extendía su mano enguantada a una especie de colosal hongo radioactivo. De lo que trataba el juego era de resolver una historia a base de órdenes sencillas introducidas con el teclado: "coge tal cosa", "examina tal otra", "pulsa el botón"... y el ordenador analizaba el significado de la propuesta y te respondía según hubieses o no encontrado la clave para avanzar en la trama. Era lo que entonces llamaban una "aventura conversacional". Aquel juego fascinó a Ricardito a pesar de la sencillez de su planteamiento, o quizás precisamente por ello: le pareció que si aprendía lo suficiente sobre el lenguaje de los ordenadores, quizás él sería capaz de programar un juego parecido. Nunca lo hizo.
Durante toda su infancia Ricardo pensó muchas veces en cómo sería su vida cuando llegase el siglo XXI. Había calculado que al llegar esta fecha tendría veinticinco años, lo cual le parecía una edad de lo más importante. Pero realmente Ricardo no se podía creer que cuando tuviese veinticinco años las cosas hubiesen cambiado tanto como describen en los relatos de ciencia ficción. La noche de fin de año de 1999 Ricardo recordó cuántas veces había soñado con ese momento y tuvo que admitir que, realmente, las cosas no parecían haber ido tan deprisa como los escritores de literatura fantástica habían pretendido.
A principios de 2012. La empresa Talkme entertainment sacó al mercado la versión beta de lo que iba a ser la última vuelta de tuerca en la "revolución de internet": el conversador automático. La idea de una máquina inteligente capaz de mantener una conversación virtual con un ser humano había sido tentada en numerosas ocasiones desde el comienzo de las computadoras, pero el producto de Talkme parecía que era realmente la primera tentativa satisfactoria. La primera vez que Ricardo oyó hablar del invento se acordó de su vieja aventura de Spectrum. No obstante no acabó de gustarle la idea: aquello era un juego con un objetivo. Pero qué puede tener de interesante charlar por charlar con una máquina. Sin embargo el fulgurante éxito del producto y el entusiasmo con que le hablaron varios amigos acabó por despertar la curiosidad de Ricardo que se decidió a pagar 45 euros mensuales de suscripción para probar el invento y abrirse una cuenta personal de conversación. Tenía curiosidad por comprobar hasta qué punto el diálogo con la máquina podía resultar convincente.
La primera experiencia resultó fascinante. Ricardo comenzó suavemente a explorar la capacidad de respuesta del ingenio informático y al cabo de treinta minutos se encontró tan desconcertado que a penas podía creer que aquello con lo que estaba charlando no fuera una persona real sino una suma de logaritmos y bases de datos.
Las semanas siguientes de exploración (pues de eso se trataba fundamentalmente la conversación de Ricardo con su conversador automático, de una auténtica exploración en la capacidad de respuesta del chisme), se convirtieron para Ricardo en uno de los periodos más extrañamente placenteros de su vida. A penas regresaba del trabajo se conectaba al conversador para acosarle con todo tipo de reflexiones y dudas sin dejar en ningún momento de sorprenderse de la fina capacidad de análisis y percepción del invento. En ocasiones reía a carcajadas con el humor de la máquina o se emocionaba por su sensibilidad que llegaba a lindar con lo religioso. La experiencia de conversar con la máquina era algo totalmente distinto a lo que Ricardo había experimentado nunca con un ser humano. Un año después de su primera conversación con Talkme, Ricardo seguía tan fascinado o más que en el primer día. A los dos años de estar inscrito al conversador los periódicos publicaron una estadística que le puso los pelos de punta: "doce millones de españoles prefieren conversar con Talkme antes que con un ser humano". Ricardo sintió un ataque de nauseas al comprender que él también se encontraba dentro de aquella cifra. En la noche vieja de 2014, sentado delante de la pantalla de su portátil, comprendió por primera vez que por fin se encontraba en el siglo XXI.